LA UNIDAD PSICOCORPORAL


Nuestro cuerpo es el soporte de la energía vital que anima la existencia, a través de él se manifiesta nuestra vida mental, emocional e instintiva.
La expansión de nuestro ser está relacionada directamente con el desarrollo de nuestra consciencia corporal y energética. El cuerpo y la psique forman una unidad, aunque la tendencia del ego o personalidad es a separarse, a desconectarse del cuerpo o a anestesiarse para no sentir el dolor de las heridas producidas en la infancia o a lo largo de nuestra existencia.

Cuando se reduce la consciencia corporal no podemos tener claridad en nuestra vida emocional ni sabemos lo que necesitamos verdaderamente, por lo que podemos sentirnos perdidos y confusos, aprisionados en nuestra propia rigidez.

Nuestro cuerpo constituye una unidad funcional psicosomática y aunque las células que componen los diferentes órganos sean diferentes todas se suman e interactúan entre sí para que sea posible la vida.

La integración de nuestra psique y nuestro cuerpo es necesaria para que haya una coherencia entre el ser y el actuar, para que las energías del cuerpo y de la psique confluyan en la misma dirección y nuestras acciones sean congruentes. Pero como tendemos a reprimir los impulsos vitales genuinos por exigencia de nuestro medio al que tuvimos que adaptarnos para sobrevivir, aprendemos a controlar las emociones e impulsos y acrecentamos las diferencias entre pensamientos, emociones y acciones.

Cuando el ego y la personalidad adquirida y el ser esencial se separan, nuestra mente aprende a establecer diferencias y a regirse por la dualidad, así clasificamos los fenómenos en función de polaridades: bueno-malo, adecuado-inadecuado, correcto-incorrecto, justo-injusto,… Desde estas polaridades generamos nuestro sistema de valores y creencias, que normalmente se anclan en la aceptación de uno de los polos y rechazo al otro. Así nos apegamos al placer, al éxito o a la comodidad, y rechazamos el dolor, la incomodidad o el fracaso.
La función y sentido de nuestro organismo biológico es vivir, fluir con la corriente energética, que se manifiesta a través de nuestras sensaciones, emociones e impulsos.
Sería paradójico y absurdo tratar de definir cuál es la dirección que debe tomar nuestra libertad o en qué forma debe sentirse o expresarse el amor o qué debemos aprender de tal o cuál experiencia. Controlar y dirigir la vida es una forma de negarla, de alejarnos de nuestra naturaleza esencial humana y convertirnos en autómatas.

Lo natural en nuestro organismo es el movimiento de la energía vital encarnada en todas sus células, que se contraen y expanden en continua vibración con un determinado nivel de motilidad. Su tendencia natural es fluir con la corriente vital de manera espontánea. La vida es energía y movimiento.

Cuando reprimimos las emociones nuestro cuerpo genera estados de contracción crónica, por lo que se bloquea el movimiento natural de contracción y expansión, reduciendo el nivel de motilidad celular e impidiendo el flujo natural de la energía vital. Así se va consolidando lo que Wilhem Reich denominó como “La coraza caracterológica” o “coraza muscular defensiva”, con objeto de insensibilizarnos ante el dolor y protegernos de las agresiones y peligros de nuestro entorno. La influencia del medio nos condiciona, frenando nuestro proceso de maduración natural. Reich veía la influencia de nuestra sociedad como “una plaga emocional” arraigada en nuestra cultura y que se transmite de generación en generación.
La coraza defensiva se hace visible en nuestro cuerpo que lo expresa en sus posturas, movimientos, gestos, voz o lo somatiza con disfunciones o enfermedades como consecuencias de la tensión crónica que dificulta la expresión de los impulsos y el movimiento natural de nuestros órganos. La coraza nos protege en parte del dolor, de la angustia, del miedo, de la tristeza, pero con ello se reduce nuestra capacidad de sentir.
En la medida que se va consolidando la coraza, disminuye la sensibilidad al placer y al dolor que constituyen la cara y la cruz de la moneda del “sentir”; si nos bloqueamos para evitar el dolor, también bloqueamos la capacidad de sentir placer, con lo que perdemos la alegría de vivir y, en su lugar, surge la tristeza, la angustia, la rabia o el miedo que nos llevan a la pérdida de la fe, la esperanza y el sentido de la vida. El control y la rigidez nos pueden condicionar a “pensar la vida en lugar de vivirla”.
Al acorazarnos nos regimos por el control y los automatismos y adoptamos nuestro sistema de creencias que constituyen una visión subjetiva de la realidad, basada en nuestro aprendizaje. Para confirmar nuestras creencias buscamos el reconocimiento de los demás. Pero aunque obtengamos el reconocimiento nuestras creencias sobre la vida, el amor, la sabiduría o la felicidad no siempre pueden sostenerse, porque, a menudo, se dan de bruces con la realidad.




AUTORREGULACIÓN ORGANÍSMICA

      El impulso vital de nuestro organismo tiende a la autorregulación para integrarse en el mundo y a protegerse de las agresiones y peligros que vienen del exterior, de la misma manera que tiene sus mecanismos fisiológicos para cicatrizar una herida, luchar contra una invasión microbiana o protegerse de una enfermedad.
La autorregulación sucede en interacción con el medio, y si partimos de la base de que hemos construido un mundo enfermo, no podemos evitar ser parte de él y, por tanto, portadores potenciales de sus enfermedades.
En nuestra cultura es bastante común que los humanos vivamos motivados por el éxito, el poder, la ambición, la competitividad, el egoísmo, la represión, el control… y cerremos nuestro corazón al amor y la alegría. Podemos pasar de largo por la vida atrapados en nuestras emociones negativas y desconectados de nuestra capacidad amorosa, por lo que nuestra existencia será insatisfactoria. La coraza encubre la angustia básica, el dolor y la tristeza de la desconexión de nuestro ser esencial. El miedo a ser está en la base de nuestra vida psíquica.
Nuestra civilización ofrece tantos estímulos, que nos lleva a olvidarnos en gran medida de nosotros mismos. El tiempo para vivir nuestra libertad queda drásticamente reducido. Los problemas sociales crecen día a día, ante la impotencia de los líderes políticos, que crean sistemas y leyes cada vez más complejos para sostener una civilización cada día más insostenible. La vida se automatiza y muchos seres humanos se sienten atrapados en el sistema, encadenados a un horario: para trabajar, comer, dormir, ver televisión, manejar el ordenador, las nuevas tecnologías o las distracciones que nos ofrece nuestra cultura, como si estuviera concebida para alienarnos, creando cada vez más necesidades ficticias de consumo para potenciar el “tener” en detrimento del “ser.
Apenas queda tiempo para nuestra vida íntima y para actividades libres que favorezcan nuestro desarrollo. En estas condiciones se consolida más nuestra coraza y las disfunciones que se generan se manifiestan simultáneamente en nuestro cuerpo y nuestra vida psíquica.
En estas condiciones la unidad que constituye nuestro organismo se resiente y entramos en la dualidad, en la separación del cuerpo y mente, pero la interrelación de cuerpo y psiquismo es evidente, aunque la dualidad y la separación se nos ponga en primer plano de la consciencia.
Cuando perdemos el contacto con nuestro ser esencial vivimos atrapados en la separación, el egoísmo, el autoengaño, la rigidez y la dureza.



DISFUNCIONES DE LA CORAZA

A NIVEL MENTAL
         Disminución de nuestra capacidad de concentración y atención, así como mayor fragilidad de la memoria.
         Pérdida o disminución de nuestra fuerza de VOLUNTAD.
         Dispersión de la mente, distracción y frecuentes lagunas en el pensamiento consciente.
         Funcionamiento del intelecto condicionado por su sistema de creencias, ideales y patrones repetitivos de conducta, a los que nos apegamos.
         Problemas de personalidad, obsesiones, desequilibrios psíquicos. Actitudes defensivas.
         Tendencias negativas de la mente: pesimismo, confusión, dudas, fantasías catastróficas, que generan miedo, inseguridad y sufrimientos innecesarios.
         Subjetividad y automatismos en los procesos mentales.


A NIVEL EMOCIONAL
         Represión o desconexión de nuestros impulsos y emociones, así como dificultades de nuestra expresión natural.
         Bloqueo de nuestra capacidad amorosa y compasiva.
         Ausencia de alegría y pérdida del sentido del humor.
         Estados emocionales no deseables: miedo, ansiedad, tristeza, depresión, rabia, resentimiento, celos, envidia, apatía.
         Dificultad para integrar y canalizar las emociones.
         Alteraciones emocionales que oscilan entre la dureza y la insensibilidad hasta la susceptibilidad e hipersensibilidad.


A NIVEL CORPORAL
         Bloqueos que dificultan el funcionamiento natural del organismo, generando problemas posturales, desviaciones del eje y alteraciones en el tono muscular.
         Disfunciones respiratorias, nerviosas, hormonales, digestivas y circulatorias, que pueden llegar a generar enfermedades crónicas más graves.
         Disfunciones sexuales como la inhibición o disminución de la sensibilidad sensual y genital.
         Reducción de la sensibilidad y autopercepción del propio cuerpo y, por tanto, de los reflejos y capacidad de reacción.
         Se reduce nuestra capacidad de consciencia corporal y, por tanto, emocional e instintiva.


A NIVEL ENERGÉTICO
         Bloqueos y desequilibrios: sensaciones de debilidad, apatía y falta de vitalidad o tensión, agitación y excedente de energía que nos impulsa a la hiperactividad.
         Alteraciones en nuestro organismo, encontrándose zonas con mucha carga y otras con poca. Bloqueos en la circulación de la energía.



SALUD INTEGRAL

La salud equilibrada depende del estado biopsicosocial del individuo; ejercicio físico, alimentación sana, sueño y descanso adecuado, higiene, equilibrio psíquico y relaciones sanas.

La coraza defensiva generada en la infancia fue útil entonces, porque no teníamos suficiente autonomía y libertad para ser, pero en nuestra vida adulta podemos elegir y restaurar la salud funcional psicosomática y energética, podemos elegir un camino de consciencia y autorrealización, para soltar la esclavitud de nuestro ego y reencontrarnos con nuestro ser esencial, más allá de las máscaras y patrones de conducta que nos vimos obligados a adoptar en la infancia.

En el proceso de autoconocimiento y transformación es necesario recuperar la consciencia de nuestro cuerpo, restaurar su equilibrio energético y adquirir un mayor nivel de relajación y de salud.

Se trata de facilitar la expansión de nuestro ser, poniendo atención para comprender los mensajes que proceden de la sabiduría de nuestro cuerpo, conectando con lo que verdaderamente somos y que tan a menudo nos negamos.

El cultivo de la consciencia corporal es básico en todo proceso de trabajo personal porque una percepción clara de nuestras sensaciones, impulsos y emociones nos acerca más al contacto con nuestra realidad, desde la que podemos interactuar con los demás de formas más sana y satisfactoria.


       Extracto de Antonio Pacheco en Técnicas Corporales en T.C.I.(Terapia Corporal Integrativa)